MADERA Y AGUA
29/08/2023- 15/10/2023
La madera y el agua tienen música, de ellas mana la vida, bailan de la mano con la rima: en euskera, la palabra ZURA (madera) contiene en su seno a URA (agua), en una foto de vivos colores de esas palabras consonantes; y la música de la naturaleza, la de la lengua y mi música interior se hacen una: de rama en rama y de hoja en hoja van de la mano cuesta abajo, cada vez más lejos. Hasta el mar.
Anjel Lertxundi
ZURA ETA URA, proyecto fotográfico-literario, es una reflexión coral sobre la pérdida del color y de la identidad de nuestros puertos, consecuencia de la sustitución de la madera por los materiales sintéticos en la construcción de embarcaciones.
Textos:
Humberto Astibia, Leire Bilbao, Itxaro Borda, Unai Elorriaga, Jesus Mari Lazkano, Anjel Lertxundi, Miren Agur Meabe, Konrado Mugertza, Felipe Murelaga, Jokin de Pedro, Jon Ruigomez, Kirmen Uribe, Arantxa Urretabizkaia
Proyecto y fotografías:
Konrado Mugertza
El color es una característica de las embarcaciones y de los puertos de pesca de cualquier rincón del mundo; y un determinado conjunto de colores, amén de las formas, nombres y otros elementos, es lo que singulariza los puertos de las distintas regiones y países.
Escribe Jesus Mari Lazkano que los barcos vascos se han pintado en colores primarios: «azul, rojo, verde o negro para el casco y generalmente blanco para el aparejo y el puente. ¿Por qué no en amarillo, malva, violeta...?»
Ese conjunto de colores ha de ser reflejo, en alguna medida, de una manera de entender y expresar el mundo que, con el paso del tiempo, ha llegado a ser expresión de identidad.
Los colores añaden riqueza visual y alegría a la sensación de amplitud y misterio tan propia del ambiente marino, y «cautivan nuestra mirada», dice Itxaro Borda.
Los colores no solo están presentes en las embarcaciones, en las lonjas y carros del puerto… En otro tiempo, cuenta en su poema Kirmen Uribe, el viento pintaba el mar para los viejos marinos: «El cierzo, negro; / Verde, el de poniente; / El sur, bermejo…»
La modernidad, la globalización, ha acarreado transformaciones obvias y alguna pérdida no tan evidente. En unas pocas décadas, a medida que los materiales sintéticos han sustituido a la madera, ha ido desapareciendo una actividad profesional secular como la carpintería de ribera, un oficio, una forma de vida, con toda una industria vinculada a la construcción, la reparación y el mantenimiento de las embarcaciones de madera; y lo ha hecho en silencio, ante nuestra mirada indiferente.
Felipe Murelaga, carpintero de Lekeitio, conoció bien la edad de oro de la carpintería de ribera, hacia mediados del siglo pasado. Nos cuenta que sólo en Lekeitio había 4 astilleros, y otro tanto en Ondarroa, Bermeo, Getaria, Hondarribia… En el astillero trabajaban 18 personas; entre dos hombres tumbaban eucaliptos de 30 metros para hacer la quilla en una sola pieza; cada año botaban 3 vapores de 26 metros…
Hoy, todo eso solo sirve para contar historias a nuestros nietos y nietas. Como la que nos cuenta Unai Elorriaga. Dos primos de su abuelo eran ebanistas y, poseídos por la fiebre de los chipirones, cierto día decidieron construir un bote. Dicho y hecho. Pero se enfadaron, tal vez porque no se ponían de acuerdo en los colores con que pintarlo. Y el espíritu de Salomón se les apareció en el taller. ¿Qué hicieron entonces? Cortar el bote por la mitad, ¡ris, ras! Mitad para ti y mitad para mí.
El ritmo de los golpes de martillo y la estridente melodía de la sierra; los planos atiborrados de apuntes sobre la mesa; la viruta y el polvo de la madera por doquier; las pruebas de color sobre las paredes; el movimiento incesante de unos y otros; la quilla, la contraquilla, las bagras, el contracarel, la proa, el trancanil, las zapatas, las posturas, la brunola, la borda, el durmiente… en boca de los carpinteros, y el lápiz sobre la oreja; y el esqueleto de una nueva embarcación que, con sabiduría y mimo, va poco a poco dotándose de su cuerpo de madera… Así eran los astilleros.
De forma parecida a lo que sucede en la naturaleza, la «deforestación» de los puertos ha producido una «desertización» por la pérdida de la diversidad cromática de antaño. Lo expresa Leire Bilbao en tono nostálgico: «Ahora, cada vez que me acerco al puerto, veo camas vacías cubiertas de sábanas blancas, balanceándose».
El poliéster, siempre igual y carente de la nobleza de la madera, empobrece el paisaje; y el blanco dominante de las embarcaciones modernas ciega la mirada. Esa blancura anodina, uniformadora y estéril, con sus innegables ventajas, se ha erigido como propuesta estética del modelo de «usar y tirar».
En todo caso, el paisaje de nuestra memoria —piensa Lazkano— es un «paisaje cultural, intelectualizado, de postal, que solo mantiene lo que quiere recordar, la parte “bonita”, mientras se olvida de la contaminación, el gasoil y la basura flotando, los malos olores…»
Miren Agur Meabe nos habla del galipote, el olor a algas, a salitre… de los adoquines salpicados de pintura, los delantales de mahón, los bolardos oxidados… construyendo, mediante su poesía en prosa, un paisaje enriquecido de imágenes, colores, olores, recuerdos…
Resulta razonable preguntarnos si no estaremos idealizando el paisaje que recordamos o creemos recordar. Pero, aun conscientes del inevitable romanticismo o de la nostalgia, también es lícito que nos preguntemos si los puertos pesqueros, con su ropaje colorido, las texturas de la madera y pintura de los barcos viejos, los mapas de los óxidos sobre el hierro envejecido, ¿no son acaso expresión del color, de la textura, del carácter de un pueblo?
En el proyecto ZURA ETA URA, y de forma evidente en las fotografías, son la madera y el agua los elementos «creadores», los que conceptualizan la embarcación tradicional. Pero los colores y las texturas también habitan en el hierro y en la piedra, conformando lienzos de micro-paisajes sugerentes.
Paisajes y micro-paisajes, como en el poema íntimo y delicado de Leire Bilbao: «Recuerdo que había tanta gente como gaviotas. / Un barco entraba a puerto. / Rojo, como el de mi padre. / Lleno de herrumbre, / como los ojos de mi madre». Paisaje y micro-paisaje.
Todos esos lienzos generados por la mano humana y modelados luego por la acción de la naturaleza y el tiempo, transformados en micro-paisajes de ruina y herrumbre, de colores y texturas, y convertidos en espontáneas obras de arte, nos exigen una mirada cercana y pausada, intencionada; es preciso explorar nuestro campo visual para llegar más allá y observar con los ojos de la sensibilidad, a fin de que la belleza aflore.
Y enredados como estamos en la rueda de los nuevos tiempos, se nos van la identidad y la belleza tomadas de la mano, casi sin darnos cuenta, como la arena entre los dedos.
KONRADO MUGERTZA URKIDI, 2023.08.14
http://photomuseum.es/index.php/fr/exposition-actuelle#sigProIdcb4aa1d49b
Colaboradores: Itsasmuseum, Bilbao. Aquarium, Donostia - San Sebastián.
http://photomuseum.es/index.php/fr/exposition-actuelle#sigProIda3915ec9ed